martes, 20 de septiembre de 2011

La dimension corporal de la Gestalt

LA DIMENSIÓN CORPORAL DE LA GESTALT


                                                                                                            por Pedro de Casso



            No me propongo en este artículo otra cosa que ofrecer una serie de consideraciones y algunos aportes personales que ayuden a poner de relieve algo que para cualquier gestaltista resulta obvio: la importancia que la Terapia Gestalt otorga al cuerpo, a lo corporal, dentro de su perspectiva. Lo que pasa es que también sabemos, como gestaltistas, que no siempre somos capaces de distinguir lo obvio… Y por eso, o en cualquier caso por si acaso, he considerado oportuno, dado el tema monográfico de nuestra revista en el presente año, resaltar algunos aspectos que muestren más a las claras los perfiles de esa obviedad, en vez de darla simplemente por supuesta.
            En primer lugar, es sabido que la huella principal que Wilhelm Reich dejó en nuestro Fritz Perls en los dos años largos que fue su terapeuta –“el mejor terapeuta que he tenido”- fue el trasmitirle su personal versión ‘corporeizada’ de la concepción energética del propio Freud. Freud consideraba la libido como una energía psíquica que funcionaba, a semejanza de la dinámica de fluidos, en términos de carga-descarga: carga=necesidad, descarga=satisfacción de la necesidad y consiguiente restablecimiento del equilibrio. Reich asumió ese esquema, pero en vez de considerar a la libido como una energía psíquica, fue el primero en entenderla en términos de procesos y manifestaciones ante todo corporales, en el sentido de que toda ‘carga’ de deseo o necesidad emocional no satisfecha quedaba almacenada en el cuerpo en forma de tensiones y bloqueos musculares o respiratorios, y también en el sentido de que resultaba más eficaz terapéuticamente abordar de forma directa esas tensiones en el cuerpo que no a través del análisis de los contenidos psíquicos, por asociación de ideas, análisis de los sueños, u otros procedimientos propios del tratamiento psicoanalítico freudiano.
Pensemos ahora en el ‘ciclo de satisfacción de las necesidades’ y sus distintas fases, que describe Perls ya en “Yo, hambre y agresión”. El ciclo, que empieza con la sensación y la conciencia de la necesidad (carga), se resuelve en la fase de contacto con lo que constituye el ‘objeto’ de la misma (descarga). Cuando esto no sucede, esto es, cuando el ciclo queda interrumpido por la intervención de uno o varios mecanismos neuróticos que impiden el contacto con el objeto del deseo o necesidad, no hay descarga y la energía queda retenida, retroflectada. Es el caso, por ejemplo, de la necesidad de agredir u otros comportamientos afectivos que, al habernos sido sistemáticamente frustrados o cáusticamente prohibidos de niños, seguimos teniendo reprimidos de mayores en una u otra medida. Son las famosas situaciones inacabadas o gestalten inconclusas, que todos conocemos. Nos referimos sobre todo, claro está, a lo que tiene que ver con necesidades emocionales profundas no satisfechas. Ahora bien, ¿dónde queda retenida esa energía? La respuesta para Fritz, de acuerdo con Reich, es indudable: en el cuerpo. ¿De qué forma? En forma de una variada gama de inhibiciones energéticas que van, desde una general desensibilización y hasta negación de determinadas necesidades emocionales del propio ser, hasta una serie de bloqueos respiratorios o rigideces musculares y actitudinales concretas, estrechamente vinculados a la dificultad de admitir y expresar ciertas emociones y sentimientos o de dar la respuesta orgánica adecuada en determinadas situaciones vividas como conflictivas.
La cosa creo que resulta tan evidente para todos nosotros, gestaltistas, que no juzgo necesario descender a una mayor concreción. Sin embargo, sí me parece que puede aportar alguna luz la afirmación de que los mecanismos están también en el cuerpo. Y creo que esta afirmación sí que necesita alguna mayor declaración.
Lo primero sería, por lo pronto, tomar conciencia de cómo, efectivamente, los propios mecanismos están en el propio cuerpo. Esto es, cómo las actitudes y comportamientos exigidos o prohibidos por los propios introyectos y correspondientes proyecciones y retroflexiones tienen su correspondiente reflejo, observable desde dentro o desde fuera, en el propio cuerpo. La prohibición de la agresividad, la necesidad de agradar o de llamar la atención, las culpas, los resentimientos, las vergüenzas, los miedos, el propio rechazo o enaltecimiento, la necesidad de demostrar o quedar por encima, etc., etc., llevan aparejados inevitablemente toda una serie de correlatos corporales, de los que podemos ser inconscientes pero que a poco que les prestemos atención se hacen inevitablemente obvios. Nudos en el estómago, rigideces en el cuello o en los hombros, bloqueos y anomalías diversas en la respiración, inestabilidad del propio apoyo, molestias en la columna, dolores de cabeza vinculados a determinadas situaciones, agobios, mandíbulas apretadas, desenergetizaciones, debilidad o inexpresividad de la voz, actitudes posturales, etc., son otras tantas manifestaciones corporales que podemos usar como guía para poder detectar los mecanismos que las están produciendo e incluso los orígenes de éstos y aquéllas. Esto último, el acceder a escenas originarias donde esos mecanismos tomaron  asiento en nuestro cuerpo, dejando desplazadas energías básicas de nuestro ser, tiene especial importancia de cara al trabajo terapéutico de recuperación efectiva de tales energías.
El haber pasado por todo un previo proceso de concienciación y trabajo sobre las propias manifestaciones neuróticas en el propio cuerpo agudiza la capacidad de verlos como obvios y captar su significado en otras personas. Aquí tiene su sitio el papel que en Gestalt asignamos a la resonancia interior como parte esencial de la Escucha. Es la capacidad de captar desde dentro de uno mismo todo lo que el otro manifiesta, incluido sobre todo lo no verbal, cosa que tanto enfatizaba Fritz por encima del ruido de las palabras. Por cierto que investigaciones realizadas en torno al proceso de comunicación entre personas parecen concordar en que la importancia de las palabras como tales en dicho proceso viene a reducirse a un 7%, en tanto que la voz y sus modulaciones representan un 38% y la gestualidad del rostro y del cuerpo en general el restante 55%. Así que el Darse Cuenta, tanto de la zona interna como de la externa, debe incluir, en último término, una vertiente predominante de conciencia corporal, sin lo cual quedaría reducida a un mero proceso mental mínimamente significativo.
Con mayor razón aún podemos hablar del anclaje corporal de las Polaridades. Para mí, y creo que así era como Fritz lo enfocaba, el tema de las polaridades iba unido al de los ‘agujeros de la personalidad’. Todo mecanismo lleva consigo una polarización, esto es, una fijación neurótica, una ‘identificación’ con un tipo de respuestas fijas –las que imponen los ‘límites del ego’-, con la consiguiente exclusión de la respuesta espontánea, dentro del abanico que media entre una polaridad y su contraria, que sería la adecuada a la situación presente. Esa exclusión supone, pues, una renuncia, una ‘alienación’, del tipo de energía propio de esa respuesta espontánea, energía por supuesto vinculada a manifestaciones corporales que atrás quedaron, y siguen quedando, inhibidas o distorsionadas. A estas renuncias o alienaciones energéticas es a lo que Fritz se refería al considerarlas como ‘agujeros de la personalidad’, es decir algo que necesitamos rellenar, o, con sus palabras, ‘integrar’, recuperar. Es por eso que yo tiendo a considerar cada vez más nuestra forma de terapia como un cometido fundamentalmente energético.
            ¿De qué se trata, pues, en terapia? Para mí, básicamente, se trata de facilitar al así llamado paciente (en realidad, al que le toca ser paciente es al terapeuta, el otro viene con sus explicables impaciencias que forman parte de lo que le pasa…), en facilitarle, digo, el darse cuenta de sus propios ‘agujeros’ energéticos en las situaciones que vive como conflictivas, y el aprender a subsanarlos de forma concreta en tales situaciones y, ¡atención!, más aún en aquellas situaciones originarias que, por quedar inacabadas, dieron origen a tales agujeros. La dramatización y la silla caliente son recursos óptimos en este sentido. Pero también, ya lo he señalado en otra ocasión, el manejo de la polaridad perro de arriba / perro de abajo, o como queramos llamarla. En todos los casos pongo especial hincapié en que la persona preste atención al patrón energético –actitud, voz, respiración, mirada, localización de la conciencia del cuerpo, etc.- vinculado a su propio posicionamiento en la situación que estemos trabajando. Y, cuando me parece necesario, apunto a que detecte la conexión entre esos patrones energéticos y los vividos e incorporados como propios en las situaciones originarias correspondientes.  Es tomar conciencia de la materialización corporal del mecanismo o mecanismos con los que está identificado y que por ello le está condicionando en esa situación. En último término, es darse cuenta y responsabilizarse del modo, del desde dónde, del cómo está configurando la ‘Gestalt’ de la situación. Este mismo objetivo es el que de hecho perseguimos cada vez que invitamos al paciente a repetir y exagerar algo que acaba de decir o hacer -algún gesto o movimiento, algún tono de voz, algún comentario de paso…- a fin de que pueda hacerse cargo más plenamente del tipo de posicionamiento y de vivencia energética que acompaña a lo expresado de forma inconsciente o como de puntillas.
            Otras veces puedo hacerle al paciente algún tipo de propuesta encaminada a flexibilizar sus patrones de identificación, a hacerle experimentar otro patrón energético distinto del que está utilizando en la sesión mientras me habla, se queja, se angustia, etc. Por ejemplo, pedirle que tararee y cante, ganando volumen poco a poco, cualquier canción o melodía que se le venga en ese momento a la mente. El cambio en el patrón respiratorio y, consiguientemente, en el estado de ánimo suele ser espectacular. En el fondo es hacerle experimentar con el Contacto-Retirada, quiero decir retirada del sentimiento negativo que le está dominando y apertura a un contacto nuevo con otras formas de energía más abiertas, menos condicionadas por el patrón de identificación con el que está funcionando. O también, sin proponerle nada distinto de lo que muestra, puedo pedirle que se centre, no ya en el contenido de lo que dice, sino sencillamente en las sensaciones corporales presentes en él en ese momento, esté o no dándose cuenta de ellas. Y como ayuda para la focalización de la atención propongo siempre apoyarse en la respiración, localizándola en las zonas corporales correspondientes. Aquí indefectiblemente acaba entrando en juego la Autorregulación organísmica del sujeto, que hace que las sensaciones vayan por sí solas evolucionando a una mayor apertura y distensión hasta acabar en estados de conexión interna y externa con el aquí y ahora sumamente placenteros. Esta forma de trabajo, como ya señalé en otra ocasión hace años en esta revista, coincide con el enfoque que expone Barrie Stevens en su artículo “Trabajo corporal”, incluido en Esto es Gestalt publicado por su hijo John Stevens a comienzos de los años setenta.
            Lo que me queda por señalar es seguramente lo más básico e importante. Es el asunto de que cuando algún tipo de introyección, proyección, deflexión, etc., nos impide llegar a hacer contacto con lo que nos pide nuestra necesidad -la de decir o hacer algo en tal o cual situación-, ¿con qué hacemos contacto? La respuesta es clara: en ese caso, en vez de hacer contacto con nuestra verdadera necesidad orgánica,  hacemos contacto con la necesidad que nos impone el mecanismo interviniente. Y así nos quedamos a medias en el ciclo -podríamos llamarlo el ‘verdadero’ ciclo- que se había puesto en marcha. A la ‘verdadera’ necesidad sentida ha sustituido otra necesidad, también ‘sentida’, pero que no es ya la verdadera cuyo ciclo ha quedado interrumpido. Es la necesidad neurótica, la derivada del mecanismo introyectivo-proyectivo: la que nos hace repetir respuestas inhibitorias o compulsivas por miedo, vergüenza, culpa, impotencia, rabia, identificación con las sensaciones corporales aparejadas, etc., en vez de dar libre curso expresivo a la orgánica necesidad sentida en la situación. ¿Pero cómo saber distinguir la una de la otra? Porque si no podemos fiarnos de lo que simplemente sentimos, ¿a qué atenernos para saber que estamos haciendo lo adecuado?
Este parece ser el punto crucial. Y también aquí Fritz sabe ofrecernos un referente válido e incontestable. Para él, el único criterio para saber que hemos hecho lo ‘correcto’ o lo adecuado en una situación es la orgánica sensación de satisfacción, simplemente la sensación de bienestar que experimentamos subsiguientemente a nuestro comportamiento en la situación de que se trate. Lo correcto es, pues, lo que nos deja bien, lo que orgánicamente nos deja en paz. Esta es ‘la brújula biológica’, de la que Fritz nos hablaba ya en aquel artículo suyo de 1949, “Teoría y técnica de integración de la personalidad”, como única guía fiable de nuestra conducta. Esto es también aquello otro de la ‘sabiduría del cuerpo’, de que ‘el cuerpo sabe’. En definitiva, el cuerpo, lo corporal. Y éste es a la vez el tema de la autorregulación organísmica, esa clave última de nuestra Terapia Gestalt. A través del contacto con las propias sensaciones corporales es como podemos darnos cuenta de que esa autorregulación realmente funciona y nos la podemos aplicar como criterio a nuestra vida cotidiana. Y lo demás, por simplificar, si dejamos fuera la referencia corporal, es tomar por criterio los introyectos y demás mecanismos, con sus inevitables secuelas de frustración e insatisfacción repetitivas.
Pero la duda subsiste: ¿no estaremos de nuevo simplemente tomando como criterio ‘lo que uno siente’? ¿No estará justificada esa manida acusación de intrapsiquismo o de egocentrismo que algunos siguen vertiendo sobre esta concepción, californiana o fritziana, de la Terapia Gestalt, que estoy resumiendo?. Porque si el criterio es la sensación de bienestar corporal consiguiente, ¿acaso no experimentamos también una sensación de alivio cada vez que nos replegamos o nos dejamos arrastrar por nuestros mecanismos en vez de asumir los riesgos de enfrentar de un modo nuevo la situación? ¿Cómo distinguir ese alivio real, pero pírrico, de lo que estamos llamando auténtica satisfacción orgánica?
Respuesta: En primer lugar podríamos acudir a la propia experiencia subjetiva, que nos muestra bien a las claras la diferencia que media entre el alivio pasajero que produce haber una vez más escurrido el bulto, pero que deja sin resolver el tema pendiente, y la satisfacción duradera que sigue al hecho de haber dado una respuesta nueva, que presentíamos desde hace tiempo como debida, y que genera en nosotros un estado energético de completud orgánica enteramente nuevo y satisfactorio. Finalmente, de nuevo el cuerpo como guía, a condición de haber desarrollado una fina capacidad de discriminación de sus sensaciones.
Pero, en segundo lugar, si esa sensación de completa satisfacción viniera referida únicamente al propio estado interno, abstracción hecha de toda consideración del entorno, la acusación a que nos referíamos estaría plenamente justificada. El actuar según el estado de ánimo o los cambios de humor del momento podrían así quedar convertidos en últimos referentes de nuestra actuación y de la consiguiente sensación de bienestar. Ahora bien, conferir este significado a la sencilla a la vez que abarcativa concepción organísmica de Fritz Perls no pasa de hacer de ella más que una burda e ignorante caricatura. ¿Acaso esa visión no está olvidando la concepción ‘holística’ que Fritz tiene en todo momento del ‘organismo’? ¿Acaso no habla Fritz en múltiples ocasiones de ‘organismo total’, englobando en esa expresión no sólo al sujeto sino a la ‘situación’ entera? La autorregulación organísmica de que habla Fritz no es la del organismo del sujeto aislado, es la del ‘organismo total’, es la que resulta de la interacción de las partes presentes en la situación, es la propia de ese ‘todo’ mayor que la suma de ellas. ¿Acaso no dice Fritz en el más completo compendio que supo trasmitirnos de su concepción, “El enfoque gestáltico”, que “las buenas identificaciones son aquellas que promueven las satisfacciones y las realizaciones de objetivos del individuo y su ambiente”? No basta, pues, la sensación subjetiva de bienestar que el sujeto puede recibir de su concreta actuación en una situación, para que pueda tomarla como criterio de haber actuado en ella de forma orgánica, adecuada, o auténtica (desde su self holístico, y no desde los mecanismos de su ego). Es preciso que esa sensación provenga de su ‘organismo total’, en el cual no sólo cuenta su percepción ‘subjetiva’ sino también, al mismo tiempo, de modo holístico, la interacción de la situación total, donde igualmente cuentan y están presentes los intereses, las necesidades, las sensaciones y los sentimientos de las personas o elementos que en ese momento constituyen el entorno.
Por supuesto, la capacidad de funcionar de esa forma holística no es, por desgracia, algo que naturalmente nos haya acompañado en nuestro desarrollo como individuos. Más bien los humanos crecemos sometidos al imperio ciego y egocéntrico  de nuestros mecanismos, y energéticamente limitados por la imbricación de los mismos en nuestros respectivos cuerpos. Y es sólo a través de un laborioso y generalmente doloroso proceso de depuración como vamos encontrando ocasiones de acercarnos a ese modo holístico de funcionamiento que, en definitiva, coincide con lo que denominamos actitud gestáltica. Toda la concepción y la praxis de nuestra forma de terapia tiende a ello. Todos sabemos que lleva tiempo, como vivir la vida, la gran maestra de la cual la terapia no es más que tributaria. Pero lo que importa es no olvidar que las referencias de esa forma de funcionar que perseguimos como ideal –la del ‘punto 0 de indiferencia creativa’, la de ‘que lo único que controle sea la situación’, etc.- están siempre en último término en el cuerpo, en sus sensaciones, sentimientos y emociones, y que toda la insistencia que como terapeutas gestálticos hacemos en el darse cuenta, en el aquí y ahora, en la responsabilidad, en lo obvio, etc., va dirigida a desarrollar en nuestros pacientes esa ‘capacidad de discriminar’, a través de sus propias sensaciones, entre lo que proviene de su ego y lo que proviene de su ser auténtico en sus formas de actuación. El recurso al cuerpo, a ‘lo que se siente’ en cada situación es, con todas sus trampas y dificultades, el último y más fiable criterio de aproximación a esa holística actitud gestáltica que perseguimos.
Fritz podía tener el carácter que tenía, que a no dudar le hacía dejarse llevar  en ocasiones más de lo deseable por su propia subjetividad. Pero él nunca quiso presentarse como modelo, según sabemos. Si algo predicó fue que cada uno de nosotros aprendiéramos a ser nosotros mismos, con todo el sentido que él le daba a eso de ser ‘auténticos’, que para él era tanto como ser conscientes y responsables del propio modo de funcionar en cada situación. Esa conciencia y responsabilidad pasaba para Fritz, como condición de posibilidad, por el refinado contacto con el propio cuerpo y sus sensaciones. Y en esto nadie que le conociera podía negar que era un maestro. Su increíble intuición para captar al interlocutor de turno lo atestigua. Intuición desde luego apoyada en un trabajo de conciencia corporal largamente asimilado y enriquecido a lo largo de su vida, como nos consta por su vida, por sus escritos, y por el testimonio de quienes le conocieron.
Tenemos el ejemplo, sabemos el camino. Sólo nos queda, nos sigue quedando siempre, hacerlo realidad para nosotros mismos y hacernos así más capaces de contagiarlo a quienes acuden a nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario